La elección cromática tan propia del universo onírico de Susanne S. D. Themlitz, muestra la invención de un paisaje que no es verosímil, y, sin embargo, no deja de ser real, ya que las imágenes son performativas y producen realidad, aunque ésta sea personal y subjetiva.

Geografías desplazadas traen para la propuesta esa (con)figuración inventiva del natural. Las formas forman parte de un universo imaginado que se reconoce y con el que es posible establecer una relación. La dificultad reside en reconocer el origen de esa familiaridad visual, tal vez porque esté difusa en imágenes y referencias culturales, ellas mismas metamórficas y muchas veces pre-cognitivas y sensoriales.

Si cada obra posee una individualidad singular, en su conjunto los trabajos de Themlitz ayudan a la creación de una atmósfera de intimidad que involucra al espectador. Los espacios y los vacíos dejados entre las obras son, por lo tanto, intencionados y pretenden que un territorio sensible y un imaginario especulativo esté asegurado.

Sea por el detalle, dimensión, extrañeza cromática o desconfianza-curiosidad relativa a la materialidad, al espectador se le requiere una proximidad íntima y silenciosa, una mirada atenta y privada, un estar con la obra, que da continuidad al trabajo de Themlitz; un trabajo que amplía, en el ojo del espectador, los afectos y la intimidad.

Herramientas básicas: la materia, el silencio y el espectador.