Tambo_Hellen Ascoli_Patricia Esquivias_Rita Ponce de León_Curadora Andrea Pacheco González_14/05/21_30/07/21_dossier

Percibir la textura no es solo preguntar o saber ¿cómo es?, ni siquiera ¿cómo me afecta? La percepción de la textura siempre explora otras dos preguntas:
¿Cómo llegó a ser así? y ¿qué puedo hacer yo con ella?

Eve Kosofsky Sedgwick

Es posible pensar la práctica de muchas artistas como una unidad, un cuerpo, o, para la alegoría que propone esta exposición, un camino: a veces recto, a veces serpenteante, a veces fluido y otras farragoso. Cada pieza o proyecto que emprende un artista, puede ser entendido como una estancia temporal dentro de un largo recorrido. En esta propuesta expositiva, los trayectos iniciados hace más de una década por Hellen Ascoli (Guatemala, 1984), Patricia Esquivias (Venezuela, 1979) y Rita Ponce de León (Perú, 1982), confluyen en la Galería Ángeles Baños a partir de un grupo de trabajos, la mayoría de nueva producción, que cruzan materiales, texturas y afectos en una dirección concordante.

En el Imperio incaico de Tahuantinsuyo el tambo fue parte de un sofisticado sistema de comunicación que mantenía conectado a todo el territorio a través de mensajeros, los chasquis, que corrían llevando mensajes o encomiendas por una extensa red vial. Los tambos funcionaban como albergues para comer y descansar después de un día de viaje. También eran centros de acopio, refugio de animales y, en algunos casos, espacios administrativos. Aquellas arquitecturas polivalentes, inspiran esta reunión de prácticas artísticas donde cobra enorme importancia el hacer manual e incluso corporal como instrumentos de trabajo. Prácticas que incorporan técnicas y materiales elementales, como el barro o la tela; y, a su vez, ponen en marcha metodologías colaborativas, pues agrupan habilidades y destrezas diversas, en procesos que continúan trazando puentes hacia tecnologías y formas de hacer ancestrales.

Encuentro (2014), el video que Hellen Ascoli presenta en la exposición, muestra un cuerpo embutido en alguna clase de tejido que rueda, en paralelo al horizonte, sin más compañía que su propia sombra. El bulto entra a cuadro por la derecha, durante casi cuatro minutos sigue un recorrido lineal para salir por la izquierda de la imagen. Y vuelve a empezar. De fondo, la Sierra de los Cuchumatanes en Guatemala, corona una escena hipnótica, inquietante pese a la placidez del paisaje. Utilizando el cuerpo como herramienta de conocimiento, Hellen Ascoli investiga desde hace años las posibilidades sensoriales de objetos, texturas y materiales. En este proyecto, pone especial atención en el sentido propioceptivo, aquel que permite al cerebro conocer la posición del cuerpo a través de las terminaciones nerviosas de músculos y articulaciones. Gracias a la presión que ejerce una superficie sobre el cuerpo, el propioceptivo nos permite ubicarnos en relación a un espacio. Al rodar por el suelo, Ascoli se pregunta por la posibilidad de identificar un territorio y el lugar que ocupa en este. En un momento de máxima desazón, la artista decide rodar por un llano de estas montañas, las más altas de Guatemala, para responder a una pregunta que suele acompañar todo recorrido: “¿qué hago yo aquí?”.

En (o)ver (o)ver II (2021), Ascoli también utiliza su cuerpo como una herramienta pero, esta vez, como parte del engranaje de producción de sus piezas textiles. “Cada tejido está íntimamente relacionado con el cuerpo que aprovecha: su urdimbre es el ancho de mis caderas, su largo refleja mi altura, sus diseños están espaciados por los hilos que puedo sostener en mi mano y determinados por la tensión que siento en la punta de mi dedo mientras lo alimento”, explica. La tela ha sido una de las grandes compañeras de viaje para la artista y, particularmente, la investigación que ha desarrollado en los últimos años sobre técnicas de tejido en Guatemala, como el telar de cintura, una tradición prehispánica utilizada por diferentes comunidades de artesanas en la región de Mesoamérica. (o)ver (o)ver II es una pieza sin principio ni final o cuyo principio y final son la misma cosa. Su grafía se compone de líneas tejidas, caminos que nunca se cruzan, que discurren paralelos como surcos labrados en la tierra, tejidos desde un cuerpo-brújula que parece guiarnos por un trayecto infinito.

Alexandra con Rodrigo con Andrea con Lia con Ángeles con Emilio con Gustavo con Martín con Rita (2021), la instalación que presenta Rita Ponce de León en esta muestra fue producida en México hace unos meses, acompañada por la complejidad e incertidumbre del actual contexto de pandemia. Los nombres que dan título a la pieza corresponden a algunas de las personas que la hicieron posible, en una auténtica cadena humana desde México D.F. a Badajoz, España, y que nos recuerda la trascendencia que tienen en los procesos de producción artística contemporánea las redes de colaboración, tanto en su dimensión puramente técnica como también afectiva.

Rita ha dedicado gran parte de su obra a experimentar sobre la posibilidad de dar forma a los vínculos humanos. A veces, convocando a un grupo de personas para jugar o sostener una tela, a veces creando espacios sinuosos que podemos recorrer a solas hasta experimentar encuentros fortuitos, efímeros, placenteros. También utiliza el dibujo para señalar contactos, roces, sinfonías que pueden componer una suma de cuerpos en el espacio.

En esta instalación, creada especialmente para la exposición, la artista propone una metáfora visual de lo que podría considerarse la máxima privación del momento presente: el fluir de los afectos. Una tela amarilla se desliza por frágiles dedos de cerámica; una textura suave y holgada que discurre entre varios pares de manos que parecen indicar también un camino. ¿Qué señala el tacto? ¿Alguna clase de ruta? Y en tal sentido, ¿hacia dónde nos dirige? El deseo de tocar y ser tocados toma la forma de un camino o de un río de algodón cúrcuma que corre entre dedos inmóviles. Esa imposibilidad de asir no impide, sin embargo, el carácter afectivo de la coreografía que propone la artista. Imaginar tocar puede ser una forma de sentir; hay algo en la textura que señala un afecto. Como afirma la pensadora feminista Eve Kosofsky Sedgwick (2003), textura y afecto forman parte de lo mismo.

Patricia Esquivias presenta Folklore II, un trabajo de nueva producción que continúa el recorrido de dos proyectos anteriores: el video Folklore  2  (2008) y El saber acabar (2019), este último, exhibido en la Casa Museo Lope de Vega dentro de la muestra Mutaciones. Intervenciones artísticas en museos. La artista traslada el texto El siglo de oro La edad de plata El presente bronceado, impreso antes en una alfombra de esparto, a una pieza cerámica, produciendo así un objeto técnicamente inútil, nulo en su funcionalidad: una alfombra de barro. Como en otros trabajos, la obra vuelve a tensionar técnicas artesanales tradicionales utilizadas en la producción de objetos ornamentales. Alfombras, tapices, azulejos, baldosas, revocos, revestimientos, han despertado el interés de la artista, particularmente en su dimensión histórica, en tanto constructores y, a su vez, portadores de narrativas. En este disfuncional tapete, Patricia pervierte la vocación esencial de las artes decorativas en un gesto tosco y austero. Pero también indaga en la arqueología emocional de estas formas al atender las pulsiones y agencias que llevan consigo los objetos.

El siglo de oro La edad de plata El presente bronceado aborda también una pregunta que la artista ha planteado en trabajos anteriores relacionada con la identidad y los símbolos asociados a una comunidad determinada. La obra conecta dos momentos históricos separados por cuatrocientos años utilizando de forma absolutamente arbitraria, por supuesto, cargada de ironía, también, el sol como signo conector entre la España del siglo XVI (El imperio donde nunca se pone el sol) y la del siglo XX (Spain. Everything under the sun). Para mayor sarcasmo utiliza, nuevamente seducida por un gesto tanto histórico como ornamental, la tradición caligráfica española del siglo XVI. Del siglo del oro saqueado en las colonias transatlánticas del Imperio de Felipe II, al presente bronceado de las playas de Benidorm, cuya performatividad dorada puede resumirse en un rostro: el del cantante Julio Iglesias.

El Tambo simbólico que sugiere esta exposición reúne las obras de Hellen, Rita y Patricia como la traducción plástica del camino recorrido hasta aquí por  cada una de ellas. La galería funciona como una de aquellas antiguas construcciones, habitadas de forma temporal; espacios liminales, transitorios, híbridos, que permiten reposar los proyectos -y los trayectos- pero también abrirlos a una reflexión compartida. La invitación es a internarse en la dimensión narrativa de estas obras. Son imágenes, formas, texturas, afectos que ofrecen relatos de travesías en curso, de geografías atravesadas. Piezas que son, en cualquier caso, la memoria de un itinerario.

Andrea Pacheco González, Abril, 2021

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