Juan Carlos Bracho_Gemini_20/09/17_11/12/17_Dossier

Un espejo, dice la enciclopedia, es “Una superficie brillante en la que se reflejan las imágenes”. Un lugar sin espacio por excelencia, ni densidad, donde sin embargo tiene cabida todo, hasta lo infinito; umbral entre lo real, lo imaginario y lo simbólico que recoge y condensa todo lo que le rodea. Y, ¿Qué es una imagen?: “1. apariencia visible de una persona o cosa por efecto de ciertos fenómenos de óptica // 2. Reproducción de la figura de un objeto sobre un espejo, pantalla, etc…” Una imagen es siempre un reflejo, un pozo sin fondo, algo intangible incierto e indefinido cuyo significado no se limita a lo que vemos, lo que reconocemos, sino que va unido a toda una batería de recuerdos y visiones mentales latentes en nuestro pensamiento. 

La pantalla como superficie residual, y como referente de nuestro imaginario visual, ha sido un tema recurrente en los trabajos de Juan Carlos Bracho, al igual que el paisaje como espejo de nosotros mismos, nuestra más insondable consciencia. Pero, ¿Somos realmente críticos y conscientes de la realidad que nos rodea y se nos muestra, o simplemente permanecemos hipnotizados ante esos reflejos, ante esas imágenes que consumimos compulsivamente y alrededor de las cuales navegan nuestros pensamientos?.

A lo largo de su trayectoria Bracho ha reflexionado sobre el paisaje desde la abstracción, la fantasia, el sueño o la mirada del otro y por primera vez los protagonistas de las videoperformances que se presentan en esta exposición son paisajes reales. Escenarios icónicos cargados de referencias metafóricas: el desierto -territorio inhóstipo y límite donde el horizonte onmiopresente se muestra como medida- y el jardín como expresión de un entorno domesticado, codificado e intelectualizado.

En ambos trabajos, fiel a su manera, Bracho, pacientemente y con una actitud distanciada y desprovista de esa carga aurática atribuida tradicionalmente a la figura del artista, ejecuta dos acciones registradas a tiempo real y editadas en un solo plano secuencia: el borrado del alumbre de unos espejos de gran formato que ocupan la totalidad de la escena. El disolvente químico utilizado por el artista -aplicado con un rodillo que parace pintar y borrar a la vez y con una minervilla que al pulverizar el líquido funde y disuelve la imagen- convierte esos espejos en simples cristales. Dos sencillas y potentes acciones que nos revelan lo que se oculta tras esas barreras especulares; unas imagenes que no son más que la continuación de las estampas que vemos desvanecerse. El resultado de estos dos superplanos secuencia son narraciones -sin climax- en las que el peso del relato y la acción se diluyen atorgando a la imagen una dimensión plástica total. Esta suspensión de la historia permite al espectador recrearse en el proceso de consolidación y rececepción de unas imágenes que lentamente se transforman ante sus ojos.  

“Written on the wind” e “Imitación a la vida” -pieza que se presenta por primera vez en nuestra galería- son, en definitiva, dos propuestas que profundizan sobre el sentido más íntimo de la idea de paisaje -un elemento sinérgico en continuo cambio y metamorfosis- y sobre el espejo como superficie que refleja lo que no le pertenece. Una reflexión sobre lo que percibimos, sobre la pantalla y las imágenes que estas emiten sin cesar, cada vez mas etéreas, intangibles y carentes de sentido.

La exposición se completa con tres piezas producidas con el material del propio proceso de ejecución de los ambos vídeos: una seríe de cinco espejos de pequeño formato donde el artista ha experimentado hasta conseguir la mezcla perfecta que disuelve la plata, una fotografía impresa sobre Ion de plata del rodaje de “Written on the wind” y el marco de acero utilizado en “Imitación a la vida”, que como un esqueleto, como un umbral fisico se ha instalado en el recorrido de la galería.