Ruth Morán presenta “Infinito Negro 3” dentro del proyecto editorial R40

Lo que Ruth Morán (Badajoz, 1976), puede hacer sólo con líneas y retículas inscribe su trabajo en la senda de aquella tardía modernidad formalista que, desde mediados del siglo pasado, volcó las conquistas de la abstracción anterior sobre sus propios medios de manera obsesiva. Una abstracción la suya de geometrías no rigurosamente rectilíneas, ni de figuras perfectas, sino dependiente del pulso y la acción de la mano, que dotan a sus trabajos de esa impronta particular: más contenida que la del tachismo o el gestualismo canónicos, pero mucho más animada que la de la pura y dura geometría basada en proporciones matemáticas, encuentros ortogonales, líneas rectas a regla, control absoluto y medidas exactas. El resultado de semejante equilibrio entre las dos maneras en apariencia opuestas de afrontar la imagen suele ofrecer en su caso, como podemos ver en esta obra, resultados contundentes, donde con unos medios muy sucintos se consigue animar el plano de representación, hacerlo abrirse o rasgarse, ondular, tensarse elásticamente, plegarse…


En este sentido adquiere una cierta lógica que su trabajo haya recurrido en los últimos tiempos tan a menudo al barro, como soporte para una gráfica que sobre él explora esa sensación tan propia de su poética de que el plano de apoyo para los trazos y rayas cede ante la presión de la mano que los ejecuta, o ante el peso imaginario de las propias líneas. Sin duda, aquí la palabra clave es “plasticidad”, en cuanto que nos remite a una continua sensación de ductilidad, amasado, y en general al imperio de la mano sobre la materia.


Para lograr algo tan físico y concentrar los efectos, el trabajo de Ruth Morán suele restringir sus propios medios a dos o tres colores (el negro, predominantemente), y un puñado de elementos sintácticos, que ella organiza por medio de ciertas repeticiones no modulares, no sistemáticas, nada previsibles. Aquí, por ejemplo, bastan unos cuantos trazos que no serían difíciles de contar uno a uno, un fondo en contraste con el color elegido, e inteligencia visual para animar el cotarro. Ruth, ya lo veis, se maneja con la aspereza y la sequedad, a las que dota de movimiento y ritmo. Me gustan estas soluciones brillantes que se paran antes del efectismo, y que en apariencia son tan poco complicadas; pero a nada que uno las mira con atención y las piensa, se hace evidente que dependen de un entrenamiento sistemático y de una miríada de desechos; de amaestrar la mano, el ojo, el pulso, la velocidad de ejecución y la capacidad de parar a tiempo, hasta conseguir con todos ellos un ejercicio coordinado al máximo, donde los movimientos son los precisos para conseguir cierta figura ejemplar. Como en la gimnasia de competición, vamos. Y como sobre el tatami -también él, por cierto, otro material que cede lo justo a la presión del cuerpo-, se trata de conseguir que lo sencillo parezca además de bello y elegante asombrosamente fácil.


Óscar Alonso Molina
Naz de Abaixo, Lugo, octubre de 2021

+info